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Jean Garciant
La buscona desabirda

Editorial Adarve

Impresión bajo demanda. Llega en 14 dias.

Páginas: 280
Formato:
Peso: 0.407 kgs.
ISBN: 9788410082342

En el Oviedo de los años 70, los albores de la adolescencia de Eva la hacen sentirse enemistada con la decencia y el recato. Hastiada de tanto seguir los rancios consejos de sus padres, busca desesperadamente las vías prohibidas que, a no dudar, la han de conducir al colmo de la felicidad más cumplida. Tras haberse abandonado por juego y desafío a un pariente licencioso; un tío, perverso y predador de prendas infantiles, la descarriada y desabrida buscona consiente que, por temor a la malevolencia y por cuestiones morales, este le busque un substituto idóneo, cuya tenuidad e ingenuidad le permitan seguir entregándose a su pasatiempo favorito: el placer barato, aunque excesivamente costoso. Dispuesta a seguir los flujos del instinto, se entrega de lleno a la búsqueda de lo que reclama su ego. Desgraciadamente, numerosos serán los ardides y escollos que tendrá que arrostrar para satisfacer una voluntad tan desquiciada como la suya. Pero sabido es que: «toda dicha que no está al alcance de la mano, no es más que quimera».

La buscona desabirda

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En el Oviedo de los años 70, los albores de la adolescencia de Eva la hacen sentirse enemistada con la decencia y el recato. Hastiada de tanto seguir los rancios consejos de sus padres, busca desesperadamente las vías prohibidas que, a no dudar, la han de conducir al colmo de la felicidad más cumplida. Tras haberse abandonado por juego y desafío a un pariente licencioso; un tío, perverso y predador de prendas infantiles, la descarriada y desabrida buscona consiente que, por temor a la malevolencia y por cuestiones morales, este le busque un substituto idóneo, cuya tenuidad e ingenuidad le permitan seguir entregándose a su pasatiempo favorito: el placer barato, aunque excesivamente costoso. Dispuesta a seguir los flujos del instinto, se entrega de lleno a la búsqueda de lo que reclama su ego. Desgraciadamente, numerosos serán los ardides y escollos que tendrá que arrostrar para satisfacer una voluntad tan desquiciada como la suya. Pero sabido es que: «toda dicha que no está al alcance de la mano, no es más que quimera».