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Francisco Aguilar Piñal
La quimera de los dioses
Ojos que no ven, corazón que no quiebra
Vision Libros

Impresión bajo demanda. Llega en 14 dias.

Páginas: 552
Formato:
Peso: 0.715 kgs.
ISBN: 9788498865066

Mi experiencia religiosa comienza, a lo que recuerdo, con las inolvidables y frecuentes funciones de culto católico en la sombría iglesia parroquial. Desde que tuve uso de razón mi padre -católico sincero y ferviente- se preocupó de llevarme a cumplir con el rito dominical. Pero lo que más grabado quedó en mi conciencia infantil fueron las grandes escenificaciones del ciclo litúrgico: Navidad, Semana Santa, Corpus Christi. En esto de la escenificación pocos rivales tendrá la Iglesia católica. Con el paso de los siglos ha sabido seducir con atractivo sensorial de primera calidad. Los cinco sentidos resultan sacudidos por la emoción. La vista, con la estudiada liturgia de las ceremonias teatrales escenificadas en el templo. El olfato, con el penetrante olor del incienso. El oído, con la maravillosa creación de la música sacra. El tacto, con el roce monótono y subyugante de las cuentas del rosario. El gusto, con el inefable contacto físico y místico a la vez de la hostia consagrada. Todo lo experimenté y de todo guardo imagen indeleble en mi memoria.

La quimera de los dioses

$52.921,26
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Ojos que no ven, corazón que no quiebra
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Mi experiencia religiosa comienza, a lo que recuerdo, con las inolvidables y frecuentes funciones de culto católico en la sombría iglesia parroquial. Desde que tuve uso de razón mi padre -católico sincero y ferviente- se preocupó de llevarme a cumplir con el rito dominical. Pero lo que más grabado quedó en mi conciencia infantil fueron las grandes escenificaciones del ciclo litúrgico: Navidad, Semana Santa, Corpus Christi. En esto de la escenificación pocos rivales tendrá la Iglesia católica. Con el paso de los siglos ha sabido seducir con atractivo sensorial de primera calidad. Los cinco sentidos resultan sacudidos por la emoción. La vista, con la estudiada liturgia de las ceremonias teatrales escenificadas en el templo. El olfato, con el penetrante olor del incienso. El oído, con la maravillosa creación de la música sacra. El tacto, con el roce monótono y subyugante de las cuentas del rosario. El gusto, con el inefable contacto físico y místico a la vez de la hostia consagrada. Todo lo experimenté y de todo guardo imagen indeleble en mi memoria.